Además de la soledad que todos conocemos, distinguiría entre una soledad interior y una soledad exterior, donde la soledad interior habla de la falta de sí mismo por todo aquello que muchos mayores ya no tienen, porque les cuesta reconocerse, porque se van perdiendo a sí mismos poco a poco, provocando que sean ellos quienes, en primer lugar, se aíslen. Se nutre de pérdidas, especialmente, las que no entran en ese ciclo que todas las personas, en algún momento, completaremos. Son pérdidas de ti mismo. Has perdido movilidad, has perdido el control absoluto sobre determinadas actividades y sobre algunas funciones físicas, has perdido en mayor o menor medida agilidad mental y general, has perdido autonomía, individualidad… has perdido funcionalidad y libertad. Ello genera sentimiento de no poder, de no alcanzar, de inutilidad. Estás en una etapa en la que se torna complicado el tener objetivos, el mantener ilusiones, sueños… motivación de vida, porque has ido superando todas las fases y ves cercana la meta, una meta tras la que nada ves. Y porque tienes la certeza de que tu mejor momento hasta alcanzar esa meta es hoy. Como ese videojuego a 10 niveles que disfrutas mientras vas superando y te entristeces cuando alcanzas el último porque, si bien has ganado, has llegado, después solo queda el final y no se permite regresar a un nivel inferior para intentar mejores jugadas. Se trata de un tipo de soledad de difícil abordaje por su cualidad y porque se refiere a algo en lo que no gusta pensar antes de llegar.
La soledad exterior habla del sentimiento de estar “fuera del circuito” y la frustración de contar con escaso margen de gestión. Es la soledad sentida por la pérdida de roles familiares y sociales que venías cumpliendo y para los que no encuentras reemplazo, por el ritmo de vida actual directamente relacionado con la cantidad de tiempo que la prole comparte contigo, porque viviste una vida analógica y envejeces en una digital que demanda unos medios y unos conocimientos que cuesta adquirir, porque querrías hacer cosas, ir a sitios pero ya no puedes conducir y tus piernas no responden como antes y, dependiendo dónde vivas, unas escaleras, una cuesta, un lo que antes era “está aquí al lado, son 10 minutos”, de repente te parece insalvable y piensas que estás mejor en casa. Un sentirte en guarderías o en internados (véase, centro de día o centro residencial), como si un niño fueses, en cuanto a fragilidad y vulnerabilidad, como algo que hay que “colocar” mientras los demás hacen algo productivo.
Tú, que ya has vivido su presente. Tú, que te sientes como el final de una densa y larga jornada laboral, que ves cómo la jornada se inicia adormilado, pero recibes estímulos y te motiva el desarrollo hacia unos objetivos, cómo avanzas hacia la mitad de la jornada pensando en que tienes tiempo de sobra para hacer lo que quieres, incluso para cambiar de objetivos. Tú, que ves que ya se van concretando tus esfuerzos y has aportado tu granito de arena a tu vida y a la sociedad bien rebasada la mitad de la jornada. Tú, ves que se acerca el cierre, lo no hecho queda sin hacer, lo errado queda sin posibilidad de enmienda, te estresas un poco porque quieres pero ya no queda tiempo y el brío con el que se empezó la jornada se ha convertido en cansancio, porque se resiente tu trasero de tantas horas sentado, los pies de tanto sostenerte en el camino o sientes agotamiento y confusión mental. Y ya nada te estimula y te dicen que no es para tanto, que son cosas del final de la jornada, que ya lo sabías, que no estés hablando continuamente de lo que has o no has hecho desde el inicio de la jornada porque ya cansa escucharte. Y tú añoras ese brío del inicio de la jornada, tu niñez; esa ilusión y efectividad de media mañana, juventud y madurez; y, al finalizar, piensas en tu trabajo durante toda la jornada, en lo cansado que te sientes, en frustraciones y en arrepentimientos, en esos compañeros que acabaron prematuramente la jornada para rematar “teletrabajando” o que han llegado al final del contrato o esperan su finiquito deseando rescindir ellos mismos la relación laboral que les mantiene aquí. A ninguno de ellos vuelves a ver.
Y te preguntan qué te pasa, por qué estás alicaído. Y te dicen que tienes que animarte.
Obviamente, la soledad no afecta a toda persona mayor ni con la misma cualidad e intensidad si lo hace, muchos son los factores implicados.
Todas las personas tenemos algo qué decir, algo que aportar, aunque la motivación sea el propio interés… todos llegaremos al nivel 10, no pensar sobre ello no reporta niveles extra ni, en honor a los discos de vinilo y a las máquinas pinball, un bonus track ni una bola extra.